Niña Lara

El corazón le latía con tanta fuerza que Lara tuvo que detenerse a pesar de la adrenalina y del miedo que la invadía. Evidentemente todo había pasado en un segundo y sin proponérselo pero no se arrepentía.

Se sentía tan viva, tan increíblemente libre que se contuvo en su entusiasmo para no despertar a su madrina.

Mañana seguro habría tiempo de preocuparse por interrogatorios y preguntas estúpidas hechas por polis jilipollas que se conforman con unos pocos duros al final de mes.

Hoy celebraría su triunfo sobre la vida poco prometedora de Lionel, al fin no tendría que aguantar sus órdenes e instrucciones. ¡El abuso al que había sido sometida desde los siete años finalmente había acabado! Estaba frenética y feliz sin culpas, sin dudas, sin nada que la atara a aquella figura gris y detestable de su padrino.

Súbitamente cayó en cuenta de la sangre esparcida por su cara, por el cuello. Se asqueó de ese olor podrido en su cuerpo. Abrió la ducha y su cuerpo sintió como se despojaba de veinte años de culpa, de temor, de confusión. Al salir, sonrió dulcemente, se contempló en el espejo satisfecha de su primera obra.

Le sonrió al afilado y ensangrentado cuchillo cubierto con la coagulada sangre de Lionel.

Sonrió, Lara, sonrió.